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Artículo de opinión publicado en el Diario de Sevilla.(1 de mayo de 2008)

Un día cualquiera por la mañana, en el Metrocentro. Acompañados por tres profesoras unos niños vuelven a su barrio tras hacer una visita cultural al centro de la ciudad. El grupo parece unas minúsculas Naciones Unidas en las que se adivinan o se evidencian diversas procedencias centroeuropeas, latinoamericanas o asiáticas; eso sí, todos hablan un castellano andaluz que crea un efecto divertido cuando los rasgos son marcadamente extranjeros. ¿Extranjeros? No: sólo diversos, porque todos son sevillanos. Son niños y niñas sevillanos de un colegio sevillano. Con la piel más oscura o más clara, con los ojos rasgados o intensamente azules; pero sevillanos, no cabe duda: basta oírles hablar. Alguien, encantado por lo que hasta hace poco sólo se podía ver en Londres o Nueva York, la educada espontaneidad de los niños y la dedicación de las profesoras, les pregunta de qué colegio son: del Adriano del Valle de Su Eminencia.

      Quien lo preguntó me lo cuenta, y visito la página web del colegio. En ella se lee: "El modelo de persona que perseguimos: Feliz. Con un desarrollo afectivo adecuado. Con una buena autoestima. Con espíritu crítico. Con inquietudes por conocer y aprender… Seguiremos por el camino, ya iniciado, de conseguir un ambiente adecuado donde sean posibles las buenas relaciones interpersonales (…) que han de seguir prácticas democráticas y de respeto mutuo. Para ello: Potenciaremos un ambiente de comprensión y diálogo entre toda la Comunidad Educativa para que nuestros alumnos/as se beneficien de cualquier mejora que se experimente en los dos medios fundamentales entre los que se mueven: familia y colegio. Favoreceremos y fomentaremos un régimen de coeducación donde no exista discriminación en razón de sexo, raza, religión e ideología. (…) Desde nuestra condición de enseñantes y educadores, queremos contribuir, con espíritu solidario, a la formación de individuos conscientes de su propia dignidad humana".

      Lo que este centro y estos profesores hacen, y junto a ellos tantos otros, a veces luchando con dificultades sociales, inducciones ambientales, falta de estímulos y carencia de medios de todos conocidas, es lo más importante, aquello de lo que depende esa porción de felicidad personal que más difícilmente pueden quitarnos, ese espíritu crítico sin el que no hay libertad individual ni es posible la plena democracia, esa conciencia de la propia dignidad que resiste todas las manipulaciones y ese respeto hacia los demás que impide el desarrollo de patologías racistas, clasistas o sexistas: un futuro mejor por más humano, y más humano por mejor educado

     Carlos Colón